SIETE MIRADAS SOBRE EL AUTOR: JARAMILLO ZULUAGA, ROBLEDO, ROCA, VÁZQUEZ RIAL, CASTAÑÓN, VILA-MATAS, MEJÍA RIVERA
"Cuando
lee una novela o un poema, este autor quisiera extender ese mundo con
sentido y continuar escribiendo allí donde el poema o la novela
se detienen, donde piensa que le abren puertas para que también
él busque una finalidad. En consecuencia, sus páginas
están siempre transidas de literatura, enmarcadas por ese poema
o esa historia que él leyó alguna vez y que ahora
quisiera prolongar una palabra más. Es un lector sediento y
obsesivo; es también un escritor o, como a él mismo le
gusta considerarse, un empecinado aprendiz de escritor. La obra
literaria de Cano Gaviria está dominada por la imagen de este
lector que escribe.
Eduardo Jaramillo Zuluaga
"Así como Jorge Luis Borges con el «Deutsches Requiem» (1949), Manuel Mújica Lainez en Bomarzo (1962) o, más recientemente, Manuel Puig con El beso de la mujer araña (1976), y Fernando del Paso en Noticias del imperio (1985), Cano Gaviria desea activar una escritura de la periferia, de la mirada acechante para -desde allí- preguntarse por la condición de lo latinoamericano, sin cerrazones ideológicas o determinismos geográficos que conviertan la escritura en un coto cerrado a la lujuria de la creación, un compartimento estanco en el que sólo ciertos temas están permitidos..."
Juan Felipe Robledo
"Cano Gaviria abandonó sus estudios universitarios en Medellín, donde nació en 1946, tras una huelga que le significó tener "matrícula condicional". Matrícula condicional para un escritor incondicional, picado por el bicho de la literatura. Desde entonces escribe. Sus más recientes novelas, El pasajero Walter Benjamín y Una lección de Abismo, huyen de los tópicos vernaculares y mágicos que en los sesenta nos hacían sentir mal por no tener una abuela autista engullidora de luciérnagas, o una novia volando al cielo en el patio de ropas."
Juan Manuel Roca
"Dice Peter Handke que desarraigar a otros es el mayor de los crímenes, pero desarraigarse a si mismo es el mayor de los triunfos. La obra de Ricardo Cano Gaviria, que nació en Colombia en 1946 y ha vivido buena parte de su vida adulta en Barcelona, es una prueba de ello. Pasados los límites de esa aldea cuya descripción se convirtió, por obra del viejo tópico ruso, en infalible vía hacia la universalidad, este escritor se mueve con responsabilidad y seguridad por el amplio terreno de la cultura de Occidente en procura de un lector ilustrado. De esa aspiración cosmopolita dan fe ensayos en los que su dedicación a Flaubert advertía de las condiciones de su sueño de narrador, y libros y relatos de gran solidez…"
Horacio Vázquez Rial
"...Ricardo Cano Gaviria es el autor de una de las novelas mejor construidas y armadas de la literatura hispanoamericana contemporánea después de José Bianco, Una lección de abismo".
Adolfo Castañón
"Recuerdo que, cuando fue editada en 1989 (la novela El pasajero Benjamin), Jordi Llovet me la recomendó con entusiasmo y que pensé en leerla inmediatamente, pues si Llovet -exigente al máximo en libros relacionados con autores que como Benjamin se han pasado la vida estudiando- recomendaba aquella novela, podía estar yo bien seguro de que la novela era buena, como acabo de comprobar estos días; he tardado 11 años en leerla pero nunca es tarde si la dicha llega, se trata de una elegante y muy sutil recreación de las horas que precedieron a la muerte por morfina del escritor que oficialmente murió de "hemorragia cerebral" en aquel hotel de frontera de Portbou.
"Tan ruda y traidoramente lo golpeó esta vez la evidencia", se lee en la novela de Cano Gaviria, "que en un gesto automático alargó su mano hasta el nochero, donde estaba el frasco de pastillas, y lo cogió; luego, no supo cuánto tiempo estuvo contemplando pensativamente su contenido, como si calculara fríamente la manera de sacar de él el máximo provecho, hasta que al fin se decidió".
Es especialmente emotivo el destello de lejanía en los ojos y la sonrisa incierta en los labios pálidos de la Dama que visita a Benjamin al final de la novela de su vida. En el abismo de la mirada de la desconocida me ha parecido ver ese descubrimiento de la luz en las tinieblas y de la pasión de no tener nada y ser extranjero siempre, que es lo que veremos el día en que a cada uno de nosotros le llegue la evidencia de que es absurdo pensar que hay fronteras.
Creo que esa imagen de abismo y destello que encontramos al final de El pasajero Walter Benjamin va a valer más que las mil y una palabras que se pronuncien en ese congreso que ha organizado estos días la Unesco en Portbou, con la participación de intelectuales como Umberto Eco, Jorge Semprún, Adam Michnick o Henry Meyric Hugues. Cada vez me gustan más las buenas novelas y menos los dicharacheros congresos, tan incapaces ellos de reflejar en toda su intensidad ciertas miradas que a todos nos esperan a la vuelta del camino, más allá de todas las fronteras, cuando ya no tengamos nada y seamos extranjeros para siempre, y sepamos que eso nos va a ocurrir infinitamente, por toda una eternidad."
Enrique Vila-Matas
El
Castillo literario
Los buenos lectores son una especie en vías de extinción,
tan exóticos como los osos pandas o los ornitorrincos. Pero,
además, los buenos lectores deben ser “desocupados
lectores” como refiere Cervantes al principio de Don Quijote. En
este sentido el libro de Cervantes es la historia de un gran lector, el
hidalgo don Alonso Quijano, que decide ir a buscar en el mundo las
enseñanzas de los libros de caballería. Es decir, si
aceptamos que Quijano fue un buen lector, entonces, la famosa frase de
Mallarmé de que “el mundo existe para llegar a un
libro” es el intento de refutación del pensamiento
contrario de Cervantes que se podría sintetizar como: Todo lo
que existe en los libros debe aparecer en el mundo. Para
Mallarmé un buen lector sería aquel que busca en los
libros el reflejo de la realidad, mientras para Cervantes, por medio de
Quijano, un buen lector es el que transforma el sentido de la realidad
a través de sus lecturas.
Sin embargo, existe una tercera categoría de lectores y ellos
son los “flâneurs literarios”: construyen con su
imaginación, surgida de las lecturas “vividas”, un
universo literario paralelo pero autónomo al del mundo real. No
van del “mundo al libro” ni del “libro al
mundo” sino de “libro en libro” y cuando son lectores
poseídos por el demonio creativo de la escritura su propia obra
de convierte en otro “castillo de la literatura”,
construido por las palabras impresas de autores de todas las
épocas que vuelven a ser recreados gracias a su pensamiento
poético y su capacidad de síntesis narrativa. En este
contexto es que he tratado de interpretar la compleja y fascinante obra
de Ricardo Cano Gaviria: un espacio narrativo atravesado por sus
lecturas transformadas en experiencias personales; una arquitectura
laberíntica y “extraterritorial” en el sentido que
le dio George Steiner. Ello aclara la presencia del idioma
francés incrustado siempre entre un castellano que, con oficio
profesional, se acomoda en su estilo a la necesaria coherencia de sus
personajes: la irónica retórica decimonónica, el
pastiche flaubertiano, la hondura conceptual, la precisión
lingüística, etcétera. Su multilinguismo textual no
es una pose erudita, sino una característica auténtica de
su estética.
¿Cómo aproximarnos al universo narrativo de Cano Gaviria?
Quiero hacer una apuesta crítica arriesgada y heterodoxa:
recorrer la obra de este auténtico benjaminiano teniendo como
modelo el Libro de los pasajes de Walter Benjamin: citas de sus libros
agrupadas en temáticas y obras específicas, alternadas
con mis comentarios fragmentados, teniendo presente siempre esa
asombrosa frase del filósofo de Berlín: “Las
alegorías son en el reino del pensamiento lo que las ruinas en
el reino de las cosas”*. Pero también invito a los futuros
lectores, o a los antiguos lectores, de El Pasajero Walter Benjamin a
un recorrido previo por el resto de la obra del autor, como si
entráramos a un museo para una excursión
turística: a toda carrera, donde apenas se alcanzan a ver
fragmentos de colores, rostros, citas, murmullos de otros guías.
En fin, que si uno quiere conocer algo tendrá que volver
después con calma, solo, dispuesto a sumergirse con tiempo en
cada uno de los rincones de su castillo literario. La voz (textos) del
guía, entre cita y cita será la mía. Entre
paréntesis aparecen las páginas de donde han sido tomadas
las citas y las letras remiten al título de cada libro cuando es
un tema tomado de varios libros. Los nombres corresponden a los
personajes. Las tramas, a propósito, se insinúan solo por
medio de las citas y los comentarios fragmentados del guía.
Orlando Mejía Rivera